Volcán-Torre de Babel en Los Llanos de Aridane
Por medio de un collage o mosaico pictórico, Luis Mayo ejecuta un ensamblaje de las imágenes más emblemáticas y representativas que definen el carácter y la personalidad de la ciudad de Los Llanos de Aridane. Su fantástica imaginación hace que el Valle de Aridane se convierta en el Jardín de las Hespérides y el Paraíso Terrenal, asiento de la mítica ciudad de Babel, símbolo de la ceguera y la osadía de los hombres.
Desde la perspectiva aérea adoptada, fija una representación realista por medio de una composición en planos superpuestos; el escalonamiento y la jerarquización en grado de volúmenes y elementos contribuyen a crear una imagen verosímil dentro de un espacio en el que lo fantástico y lo mítico se confunden con lo real. Se mezclan así iconos del pasado y del presente, de naturaleza arquitectónica, urbanística o espacial, paisajística o vegetal, donde el hombre está ausente y el “gallo” — uno de los distintivos de sus habitantes— es la única imagen animada.
En el primer término, el más cercano al espectador, flores y plantas tropicales, entre las que se distinguen strelitzias, hibiscos, orquídeas y platanillos. Sobre ellas, a la izquierda, un nopal o tunera con pencas en el que aparecen parásitos de la cochinilla; y en el centro una piña, o racimo, de plátanos. A su lado un extraño artilugio metálico del que sale un chorro de agua, herramienta agraria utilizada en esta comarca: “el calabazo”. Aparecen elementos que nos recuerdan directamente la base de una economía eminentemente agraria, de exportación, que se da en el municipio de Los Llanos de Aridane, con el cultivo del plátano, desde principios del siglo XX, precedida de una sucesión de distintos monocultivo a lo largo de su historia.
En la franja siguiente, el horno de ladrillo rojo de un trapiche azucarero y un aljibe con brocal prismático de madera, circunscrito por un muro o poyo. Encima de él, posa un gallo rojo. Ocupan el plano superior diferentes edificaciones de la ciudad: una vista de su centro urbano con una panorámica de la calle Díaz Pimienta y de las casas consistoriales, claramente reconocibles por su balcón de madera cubierto con tejadillo, torreón mirador en esquina y muro exterior almenado. En el centro de la composición, “El Chorro”, fuente proyectada en estilo Bauhaus construida en 1934; de su borde cuelga una esquela funeraria sujeta por una piedra. En el extremo derecho, una casa terrera tradicional, con su roja cubierta de teja a cuatro aguas, esquineras resaltadas, una ventana abierta de guillotina y una chimenea al fondo. Encima, sobre los tejados de la cabecera de la iglesia parroquial de Nuestra Señora de los Remedios, se eleva el volumen de su torre-fortaleza en piedra negra molinera, con su característico reloj, remate ondulante, balaustrada de madera y techo piramidal. En el lado opuesto cobra especial protagonismo la esbelta línea vertical de la solitaria palmera del antiguo camino del Cementerio, que asciende desde la tierra para extender libremente sus hojas sobre el cielo.
A partir de aquí, se extiende el paisaje de fondo que, desde el Llano de Argual, culmina en el monte “Bejenao”. Se distingue esta pequeña planicie rodeada de sus extensas plantaciones de plataneras, con las antiguas casas señoriales de los hacendados del azúcar, las viviendas de sus trabajadores y esclavos y las huertas y jardines donde crecen árboles tropicales exóticos. Más arriba, la ciudad contemporánea, definida por sus blancos volúmenes y bajo la tutelar, omnipresente y familiar protección de las paredes del barranco de las Angustias y de la Caldera de Taburiente. La abrupta pirámide de la montaña del Bejenao se transforma en la imagen más poderosa del cuadro: “la Torre de Babel”. Rocas naturales resquebrajadas se funden con una construcción humana: la base de una torre troncocónica truncada y en ruinas en su parte superior a modo del cono de un volcán. Formada por sucesivos pisos de arquerías, se inspira en la conocida recreación que, con el título de Babel hizo, en 1563, el pintor flamenco Peter Brueghel el Viejo, representando en ella la soberbia de los hombres que quisieron equipararse a Dios.
La vegetación —plátanos, piteras, adelfas, platanillos, laureles, palmeras y araucarias— que envuelve las edificaciones sirve de nexo de unión entre los distintos elementos. En alusión a la isla, una palmera canaria ocupa el centro de la composición. El agua es otra protagonista fundamental de esta pieza en una doble vertiente de penuria y abundancia. Fuente de la vida y de la riqueza, ella es la que hace posible transformar esta tierra en el paraíso terrenal. El calabazo es un símbolo del ingenio del hombre para llevar el riego, venciendo la gravedad, a los terrazgos situados por encima de la acequia. Como respuesta a las sequías prolongadas que atenazaban las medianías y la parte alta del Valle de Aridane, surgió otra forma hidráulica, el aljibe, asociado a la vivienda campesina popular con el fin de almacenar el agua de lluvia para satisfacer las necesidades más básicas. Como escriben Abreu Galindo y Gaspar Frutuoso, debido a la falta de fuentes la necesidad hizo que el hombre de la isla inventase tanques donde recogían en el invierno de los tejados, quebradas y vallados el agua que han menester para el servicio de sus casas y sustentación de sus ganados.
La muerte está también presente sutilmente en dos símbolos: en la esquela y en la palmera del Cementerio. Práctica desconocida en otros lugares, es costumbre del municipio colocar, en plazas, lugares públicos, cruces y caminos, esquelas para publicitar y anunciar la muerte de los difuntos. La palmera constituye, además, la unión entre el inframundo en el que hunde sus raíces —el mundo de los muertos— y el cielo en el que extiende sus hojas, morada de las almas.
Autor: Luis Mayo
Técnica: Acrílico sobre tabla
Superficie: 72 m²
Instalación: Septiembre, 2000
Ubicación: Avda. Doctor Fleming, 9 (pared este)
«La llamada de la torre de Babel pone al descubierto un conflicto básico en la historia cultural de occidente: la frustración de las aspiraciones fantasiosas y las consecuencias de la incomunicación que en ocasiones conlleva, enlazada con la idea que representa el volcán en nuestro mundo insular, asimismo devastador y creador. En otro plano, aparecen los símbolos de la identidad aridanense, sistematizada por la fusión de la naturaleza, la arquitectura, las técnicas tradicionales del aprovechamiento hidráulico y la economía agraria de una ciudad cosmopolita».