Vista de La Palma desde San Borondón
El cuadro de Jorge Fin se inspira en el mito de San Borondón, la fantástica isla que, desde el siglo XVI, es vista por unos pocos vigilantes al oeste de La Palma. En 1958, el fotógrafo Manuel Rodríguez Quintero logró incluso capturar por un instante, desde el Valle de Aridane y con el objetivo de una cámara reflex, en blanco y negro, su fugaz silueta en el horizonte. Aún hoy un lugar conocido como “San Borondón”, sobre los acantilados que caen al mar, recuerdan en el municipio de Tazacorte la visión de la isla fantasma en la que el monje irlandés San Brandán aseguró haber estado en el siglo VI.
El punto de vista que nos presenta el artista invierte la visión de la realidad. El pintor sitúa la mirada del espectador en la imaginaria isla, representada en primer término y en espesas sombras. Se aprecian una silueta de mujer y otras diminutas figuras más alejadas. Conforme a la leyenda, San Borondón asume el papel de paraíso terrenal, Edén maravilloso poblado de seres misteriosos y especies exóticas y tropicales entre las que se cuentan la palmera y el drago.
Desde la imaginaria isla, se divisa, sobre el mar y el horizonte, el perfil de La Palma en su vertiente oeste con su inconfundible forma en “silla de montar”, como la describieron cronistas, navegantes e historiadores. Se distingue la Caldera de Taburiente y su salida natural, el barranco de las Angustias; el Valle de Aridane y la cordillera dorsal de la isla, sobre la que se desborda, impulsada por los vientos alisios y desde la otra “banda”, el mar de nubes. Más al sur, cumbre Vieja y el final de la isla que se precipita hasta la convulsa y volcánica punta de Fuencaliente. Un volcán aún activo expulsa hacia el cielo una fumarola. Hasta aquí lo real.
Esta pintura nos obliga a cambiar nuestro punto de percepción y de vista, a mirar con otros ojos y desde la visión interior y el subconsciente. Así lo dice explícitamente la leyenda explicativa de su franja inferior: DESDE SAN BORONDÓN, TODOS VEN LA PALMA. DESDE LA PALMA, NADIE VE SAN BORONDÓN. QUIEN MIRA MUCHO, VE POCO. QUIEN VE MUCHO, MIRA POCO. Como si fuera un acertijo, el pintor nos propone aprender a ver y mirar con otros ojos. Se ha dicho que en realidad la mítica isla es un espejismo de La Palma, un fenómeno óptico que reproduce su propia silueta sobre el horizonte. San Borondón es La Palma, su “alter ego” y pertenece al mundo de lo mágico y lo imaginario que anida en otra “supra realidad”. Situando al espectador en San Borondón, La Palma y sus habitantes se convierten en la isla mágica. María Victoria Hernández Pérez expresa muy bien esta idea: “Los palmeros continúan mirando al horizonte en busca de esa isla de aves y plantas exóticas, seres extraños, arroyos cristalinos, aromas dulces, tiempos apacibles y frescos, nieve en el reino del aire, mar limpio repleto de peces de mil tonalidades, gigantescos dragos que parecen dragones, montañas de formas redondas, barrancos abismales: ¿Será La Palma la misteriosa y mítica isla de San Borondón y la otra, que aparece y desaparece en el horizonte, un espejismo?. Leyenda o realidad. Dejémoslo en leyenda”.
Desde otra perspectiva, este cuadro desarrolla su temática sobre los cuatro elementos de la naturaleza: tierra, agua, aire y fuego. Como en la pintura cándida de los “retablos” y “exvotos” milagrosos, el espacio se divide, contra toda lógica, en tres bandas superpuestas que siguen la tradicional compartimentación de texto inferior, plano terrenal o humano y plano celestial o divino. El cielo ocupa la mayor parte de la superficie — más de dos tercios— y en él, las nubes cobran forma humana. Del volcán al sur de la isla surge una fumarola que, en su ascensión hacia el cielo, se transforman en una figura femenina desnuda recostada con los brazos en la cabeza. Al otro lado y desde un grupo de nubarrones, una nube hombre, se abalanza sobre ella para atraparla con sus brazos abiertos. Entra en juego la creación de la vida como el resultado del acto feliz y gozoso de la conjunción de los elementos masculinos y femeninos. La mujer es La Palma —que surge desde las convulsas entrañas de la Tierra, de simbólica asociación femenina en todas las culturas— y el hombre, San Borondón; ambos sorprendidos en un juego de seducción de connotaciones mitológicas y goyescas (La maja desnuda).
Animales, personajes animados y objetos se despliegan por las parcelas de cielo en la obra de Jorge Fin como si de un juego infantil se tratase. La nefelocoquigia —del griego “nephele“, nube y “kokkyx“, cuco— o interpretación de las formas de las nubes es una constante en su pintura.
Técnica: Acrílico sobre tabla
Superficie: 55 m²
Instalación: Agosto, 2006
Ubicación: Calle Carretera Puerto de Naos, 1 (pared norte)
«Las relaciones entre La Palma y San Borondón están llenas de anhelos inacabados y viajes inconclusos. La continua búsqueda de ese paraíso no encontrado invita a un cambio radical de perspectiva, invirtiendo los agentes de esa mirada constante ante el espejo de la comunicación del consciente con los sueños: esta tierra indescifrada cobra vida, disipando toda certeza ante los habituales límites entre lo real y lo imaginado. En el cielo, la isla, en realidad cualquier pedazo de tierra, se feminiza para recordarnos de dónde venimos y qué es lo que deseamos».